miércoles, 17 de junio de 2015

Cleptomanía sentimental

Poca gente me da tanta vergüenza ajena como Laura Pausini. Y Pipi Estrada, y Lidia Lozano, y Carmele Marchante y Víctor Sandoval, y… Vale mucha gente conocida me da vergüenza ajena. De hecho tengo un estadio eléctrico. Completo. No queda ni un sitio libre, como en la final de Copa. Empezó siendo una silla eléctrica, pasó a tresillo, y como no tenía espacio suficiente, se convirtió en un estadio. Mis amigas a veces me lo piden para sus propios odiados. Pero no siempre puedo dejárselo. Es como en la discoteca de moda, que tienen que salir unos para entrar otros. Pues aquí igual, para sentar a unos tengo que indultar a otros. En mi entorno también hay mucha gente que me da vergüenza ajena, pero no la puedo nombrar. No es que quiera respetar su anonimato, es que no tengo tiempo, he quedado en 6 horas.  

Bueno, que me desvío. El caso es que no puedo ver el programa en el que sale esta chiquita. Ni por error, ni de paso. Si sin querer llego en un zapping y se me acaba la pila del mando no me quiero imaginar el drama hasta que encuentro pilas nuevas, o chupo las viejas. (Porque de todos es sabido que cuando chupas una pila gastada, funciona). Y la culpa es suya, bueno, y de algún otro compañero que tiene por ahí. Pero es que entre el “Se le apagó la luz” de uno, y el “Se fue” de la otra, he crecido con unos dramas… que ahora les veo y me dan angustia.

Yo es que soy de sentimiento ajeno muy desarrollado. No solo tengo vergüenza ajena, también sufrimiento ajeno, mala ostia ajena, injusticia ajena… agotador. Yo no sé si eso existe, pero yo lo tengo. Si hay algún psicólogo leyéndome, que investigue por favor. Igual acaba existiendo el Síndrome Kaña-mon. Uno entre un millón, y me ha tocado a mí. Acabo de comprobar el Euromillón y nada, pero rarezas, las tengo todas. Claro que igual si pruebo a no chupar pilas, se me quita todo.

Que me viene una tía a las 3 de la mañana y me cuenta que acaba de parir trillizos,  le ha dejado el marido por su hermana gemela, le han echado del trabajo, ha vuelto a vivir con su padre en 25 metros cuadrados y le han salido canas hasta en el pompom… Y la tía, tras media hora hablando se pide otro cubata y me suelta un  - Y en esas estamos chica, ¡¡Me encanta esta canción!!!!”-. Y ahí le dejo a ella en mitad de la pista, con un copazo bailando ay si eu te pego” (si, está pasadita de moda, pero como vosotros comprenderéis últimamente la chavalita, no ha salido mucho…). Y yo me quedo con la preocupación de la resaca que va a tener mañana esa tía con la mierda de vida que lleva. 

Y si un compañero de trabajo me cuenta que el jefe le ha cancelado las vacaciones 2 horas antes de irse de viaje, la que monta el pollo soy yo.
Por eso voy por el mundo a la voz de ¡NO ME CUENTES! ¡¡¡NO ME CUENTES!!! ¡¡¡¡NO ME CUENTEEEEEES!!!!

En cambio en el cine eso no me pasa. Por un lado porque no veo dramas, y por otro, porque las situaciones vergonzosas no se dan en los thrillers. Es que imaginaos que el protagonista atractivo cuando tiene que derrumbar la puerta a golpe de hombro, rebota. Pues flipas. No veas qué vergüenza. Y todo el cine con la cara tapada con el jersey, buscando el mando para hacer zapping. Y eso no puede ser, así que lo ves tranquilamente porque sabes que no va a pasa lo que te pasaría en la realidad, que rebotas. Un poco de vergüenza puede haber al final de la peli si hay barras y estrellas e himno patriótico. Pero eso cada vez se ve menos en la ficción porque cada vez hay finales mejores, y se oye menos en la realidad, por los silbidos.

De todas maneras yo lo he estado pensando y no entiendo cómo son esas puertas de las películas, que se caen al primer golpe. En mi tierra, las puertas no se abren de par en par tan fácilmente. Por eso a todos nos ha pasado alguna vez a las 5 de la mañana ir a tientas con los brazos estirados y la puerta entornada te pega en toda la frente. Y lo que jode, por el daño y por la auto humillación. Esa vergüenza no es ajena, es para ti, con tu auto ostia. Y encima no te puedes cagar en todo a gritos, por sueño ajeno... 

Y aun así, en el cine, teniendo esa mierda de puertas, cuando la mujer tiene miedo en su casa solitaria de 3 pisos,  coge una linterna del cajón de la entrada, se cruza la chaqueta de lana y cierra la puerta de cristal de la entrada principal a jardín oscuro de 80 hectáreas, con un pestillito: CLIC

Ya lo siento, pero mi pestillo del baño es mas fiable que eso. Las puertas en nuestro mundo real son de otro rollo. Cierras puerta blindada de 10 cms de grosor, y CROCK, CROCK, CROCK, CROCK, CROCK, CROCK, 6 vueltas de llave. (En mi casa son 8 pero me he cansado del copia/pega) Una terraza en un quinto piso tiene puerta de doble cristal además de barrotes, y las ventanas tienen persianas. Y todo esto lo utilizas sin tener miedo. Para cuando tenemos miedo, hay un mecanismo adicional que es infalible. El nórdico. Te metes debajo, y ya nada puede pasar.

Y en eso estoy, después de ver una película de alta tensión, debajo del nórdico, pensando a quién indultar de mi estadio para meter a la chiquita esta. Por lo menos solo es un hueco, no va con pareja, porque “Marco se ha marchado para no volver”. No me extraña. 

1 comentario:

  1. Me quedo con:

    Estadio eléctrico,
    chupar pilas,
    sentimiento ajeno,
    esa tía con la mierda de vida que lleva,
    todo el cine con la cara tapada con el jersey, buscando el mando para hacer zapping,
    sueño ajeno,
    el nórdico. Te metes debajo, y ya nada puede pasar,
    cleptomanía sentimental.

    Espectacular.
    ¡Vete con Ikerintxo a escribir guiones a Madrid!
    O echa el CV en Ajuria Enea para dar lustre a los discursos casposos de toda la vida

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